En la India, día a día, un cargador llevaba en sus brazos dos cántaros llenos de agua desde el río de la ciudad hasta las alturas. Ello con el fin de repartir el agua entre los pobladores. Él era muy humilde pero feliz. En sus brazos, iban los dos cántaros. El primero era hermoso, reluciente, de esos que ves y te lo quieres llevar. En cambio, el otro era también hermoso, más pequeño, pero con muchas grietas.
Un día el cargador estaba caminando y se percata que por el cántaro con grietas se deslizaba gota a gota el agua que tenía dentro. El cargador solo optó por seguir su camino con normalidad sin reclamar obsolutamente nada. Entonces, tras muchos días transcurridos, el cántaro decide expresar su sentir al cargador. Por lo que enuncia:
– ¡Oh! Cargador, tengo la mayor de las vergüenzas: La vergüenza de existir.
El cargador lo miró con rostro como Dios mira a la humanidad, con compasión. Este le dijo:
– Cántaro, yo siempre supe de tus grietas y no me has hecho perder agua. Mira abajo, mira el camino por donde vas todos los días. Y mira todas esas bellas flores que relucen ante los ojos de quienes recorren estos senderos. Todo se ve hermoso porque día tras días han caído gotas de agua por tus grietas que han ido alimentado todo esto. Cántaro, a mí esas flores me sirven para poder decorar el altar para mi maestro. Así que, Cántaro, quédate con tus grietas, por favor.